Almería y la lluvia tienen una relación más complicada que un culebrón venezolano. Aquí llueve menos que en el Sahara, y cuando lo hace, la gente se asoma por la ventana como si hubiera aterrizado un ovni en la rambla. Pero, amigos, cuando caen cuatro gotas en esta tierra, ocurre un fenómeno que solo un almeriense puede entender: es el momento de hacer migas.
Porque sí, aquí no se mira la lluvia con preocupación, ni se sacan paraguas (¿quién tiene un paraguas en Almería?). No, aquí, en cuanto chispea, se activa un protocolo ancestral: alguien grita “¡MIGAS!” y empieza la peregrinación al súper en busca de harina y ajos, como si se avecinara el Apocalipsis pero en versión gastronómica.

¿Por qué la lluvia y las migas van de la mano?
La teoría científica es un misterio, pero la tradición dicta que las migas se hacen cuando llueve. ¿Casualidad? No lo creo. Quizás sea porque el ambiente húmedo hace que la harina coja el punto perfecto, o quizás porque en Almería llueve tan poco que cualquier excusa es buena para pegarse un homenaje culinario.
Lo importante es que, en cuanto el cielo se pone gris, las cocinas almerienses se llenan de perolos y cucharones, y se empieza a remover la harina con una maestría que haría llorar de emoción a cualquier chef Michelin. Y no pueden faltar los acompañamientos: tropezones de chorizo, pimientos fritos, sardinas, panceta… un festín que convierte cualquier chaparrón en una fiesta.

El ritual de la espera
Mientras las migas se hacen, hay que respetar una tradición igual de importante que la propia receta: el postureo de la espera. Esto implica asomarse a la ventana cada cinco minutos para comentar el estado de la lluvia con frases como:
• “Pues parece que ha escampao un poco”
• “Ya no llueve tanto, pero todavía es día de migas”
• “¡Uy, cae más fuerte, esto ya son migas con extra de panceta!”
Y es que en Almería, no importa si caen cuatro gotas mal contadas o si es la gran tormenta del siglo: si la tierra está mojada, hay que comer migas.

Cuando deja de llover… ¿se acaban las migas?
Aquí viene el dilema. Si despeja rápido, los más puristas dirán que ya no vale. Pero, sinceramente, después de haber removido la harina durante media hora con el brazo a punto de reventar, ¿quién va a desaprovechar el manjar? Se comen igual, faltaría más. Y si alguien pregunta, se responde con un rotundo “Bueno, es que ha llovido antes”.
Así que ya lo sabes: si un día visitas Almería y ves a la gente emocionada mirando al cielo, no es porque estén preocupados por la lluvia. Es porque saben que lo bueno está por llegar… y huele a migas.
